Frente al avance innegable del cambio climático a veces olvidamos que no estamos indefensos. La biodiversidad y los ecosistemas son nuestras primeras líneas de defensa frente a los desastres naturales. Nuestros bosques, humedales, ríos y mares, además de albergar una biodiversidad única a nivel global, mitigan inundaciones, regulan temperaturas, purifican el aire y almacenan dióxido de carbono. Estos son solo algunos de los beneficios que la naturaleza brinda al bienestar humano. No es solo belleza o patrimonio: También es protección.
Cuando alteramos nuestros ecosistemas naturales quedamos más expuestos. Y no se trata de alarmismo: Basta con observar los efectos de las lluvias intensas y los tornados de este invierno, o la escasez hídrica y las olas de calor del verano. Sin ecosistemas saludables los impactos se multiplican, y somos todos quienes pagamos las consecuencias.
Por eso, proteger la biodiversidad no es una consigna ideológica; es una necesidad básica, una inversión en salud, seguridad, y bienestar. Sin embargo, hoy en Chile enfrentamos múltiples amenazas ambientales. A nivel local, los persistentes intentos de instalar proyectos en el río San Pedro–Calle Calle vuelven a amenazar un ecosistema muy valioso para nuestra Región. En el norte, el megaproyecto minero Dominga afectaría una zona marina de alto endemismo biológico. Y a nivel nacional, la llamada “Ley de Permisos Sectoriales” —o “Ley Motosierra”— propone reducir los controles ambientales para agilizar inversiones. Esto permitiría que proyectos complejos se aprueben con simples declaraciones juradas, sin estudios rigurosos sobre los impactos que podrían generar, no solo para la naturaleza, sino también para las personas.
No se trata de oponerse al desarrollo, pero avanzar sin criterios ambientales no es desarrollo: Es retroceso. No hay crecimiento sostenible si perdemos nuestros recursos naturales en el camino. Proteger nuestra biodiversidad y ecosistemas es una forma responsable de proyectar el país que queremos, para nosotros y para quienes vendrán después.
La invitación es a no quedarnos indiferentes. Prestemos atención a lo que ocurre en nuestros territorios y a lo que se discute en el Senado. Informémonos, conversemos y participemos. Aún no está todo perdido. Basta un poco más de voluntad, visión y empatía. Con nosotros mismos, y con esa naturaleza que, silenciosa, todavía nos protege.